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La medicina

Desde lo científico, administrativo, filosófico, ético y humano

El 16 de febrero de 2018, ante 22 graduandos del programa de Medicina de Uniremington, acompañados de sus parientes y amigos, me permití adentrarme en una reflexión sobre la medicina enfocada desde varios puntos de vista, lo cual hoy comparto con los lectores del periódico En-Torno.

 

 

 

 

Desde lo científico

La historia de la vida en la Tierra relata los procesos mediante los cuales los organismos vivos han evolucionado desde el origen de nuestro planeta, desde hace unos cuatro mil millones de años, hasta la referencia actual de una gran diversidad que caracteriza a los organismos hoy vigentes.

En este recorrido histórico, vale recordar, que alrededor de hace mil setecientos millones de años, los organismos multicelulares comenzaron a surgir. Así, con la diferenciación celular, cada célula del organismo comenzó entonces a desempeñar funciones especializadas. En contraste, hace apenas unas cuantas décadas, Crick y Watson, quienes dieron a conocer su estudio sobre la composición del ADN , la humanidad comenzó a comprender algunos detalles de los mecanismos de reproducción celular. Tan solo, apenas hace un poco más de 60 años, nos hemos venido asomando al abismo de la complejidad biológica; de hecho, ya conocemos el genoma humano y de diferentes especies, pero aún nos falta mucho camino por recorrer.

En este contexto, es válido afirmar que nuestros peores errores –humanos y médicos– provienen, no de la ignorancia o de la falta de conocimiento, sino del exceso de confianza; estos se han gestado en la omisión de la complejidad y la negación de la incertidumbre. Por lo tanto, la modestia debe ser una norma, una postura permanente, casi que un principio ético. Sobreestimar nuestro conocimiento puede acarrear fatales consecuencias.

 

Desde lo administrativo

En todas partes del mundo, en mayor o menor grado, la salud se transformó en uno de los derechos humanos fundamentales. Más allá de los enunciados legales, esta evolución significa que, por ejemplo, el acceso a los servicios de salud no puede depender de la capacidad de pago del usuario; o que la atención a un paciente con cáncer no puede estar supeditada a la posición económica de sus padres; o que la supervivencia de un enfermo renal crónico no puede entonces arruinar a su familia, etcétera.

Consecuentemente, si la salud es un derecho fundamental, esto es, si los ciudadanos ya no pagamos –o no deberíamos pagar– directamente por los servicios, tiene que, entonces, existir un tercer pagador, bien sea público o privado. Y precisamente es con los terceros pagadores que sobrevienen ciertas dificultades, tales como: los costos de transacción, el sobrediagnóstico, el sobretratamiento, el “divorcio” entre el valor y el precio, las auditorías, las glosas, las deudas, entre otras. Por consiguiente, aun siendo la salud un derecho fundamental, hay una problemática inmediata evidenciada en la complejidad administrativa. Resulta necesario admitir que la democratización implica además congestión en el proceso de atención, significativas listas de esperas e incluso racionamiento de citas o medicamentos. Lo cierto es que los sistemas de salud son inherentemente complejos y las soluciones son necesariamente imperfectas. Y algo peor: el fenómeno de la corrupción abunda. Para la muestra, en nuestro país, el cartel de la hemofilia, el cartel del VIH y muchos otros casos tristemente célebres en la actualidad.

Por ello, uno de los consejos a nuestros egresados del programa de Medicina, es que deben hacer hasta lo imposible para no ser médicos corruptos ni cómplices de hechos de este tipo de hechos deshonestos.

 

Desde lo filosófico

La complejidad de los sistemas de salud también incluye la concepción filosófica o valorativa; involucra un choque de principios o derechos.

Buscaré explicarme enmarcando el problema de la presión tecnológica. Así, por ejemplo, actualmente, los nuevos medicamentos contra el cáncer cuestan miles de millones de pesos al año, pero aportan relativamente poco a la persona que padece la enfermedad y la sobrevida promedio es de unos pocos meses. Las preguntas que surgen, son: ¿estos fármacos deben ser solventados por los sistemas públicos de salud? Y si la respuesta es afirmativa, ¿cómo proceder sin que estos puedan llegar a la quiebra? Ahora, si la respuesta es no, ¿cómo obrar sin afectar los derechos fundamentales? Al fin y al cabo estamos hablando de vidas humanas, de una ponderación compleja entre los derechos individuales y los colectivos, entre la paradoja enmarcada en la vida de un paciente y los recursos necesarios y disponibles para la atención de todos los demás que sufren la enfermedad.

Se deriva entonces que buena parte de los problemas financieros de nuestro sistema de salud se gestan allí, en nuestra incapacidad colectiva de enfrentar decididamente este dilema democrático y bioético. Por lo tanto, el control de precios, por sí solo, no resuelve esta problemática.

Ahora bien, podría pensarse en moderar la cuestión, pero no evadirla. En este sentido, la reflexión ética es ineludible, habida cuenta de la escasez de recursos, la inclemencia de los precios y la voracidad de las diferentes empresas, sobre todo del campo farmacéutico, que intervienen en el proceso de prestación de servicios de salud.

 

Desde lo ético

Morir dignamente hace parte de vivir dignamente. Así debería ser e irnos, todos, con la dignidad intacta, pero ello resulta cada vez más difícil. En los Estados Unidos, por ejemplo, según un estudio, el 80 % de los pacientes aspira a morir en sus casas, no obstante, solo un 24 % lo logra.

Efectivamente, la economía y la sociología conspiran en contra de la gente. Pagamos por hacer y hacer, mientras que no brindamos el espacio propicio para una conversación franca sobre el final de la vida. El frenesí tecnológico parece arrastrarnos a todos a lo que yo llamo: “el encarnecimiento terapéutico”.

Comprender y sobrellevar aquellas situaciones que se presentan debido a las naturales aspiraciones de los seres humanos en sus últimos días, así como las de sus familias, con la tiranía de la esperanza y las distorsiones cada vez mayores de la tecnología y la economía, es una tarea imprescindible que deben enfrentar los profesionales de la medicina, quienes, tarde o temprano, tendrán que asumir la tarea esencial que le ha encargado la sociedad: guiar a los pacientes y a sus familias en los momentos de la enfermedad y de la muerte.

A decir verdad, en un antes ya lejano, los cuerpos de los cadáveres eran sepultados como ramas secas; ahora, a su última morada, llegan abotagados, llenos de moretones y “torturados”; ya muy pocos, en vida, pueden pronunciar sus últimas palabras (mueren con un tubo en la garganta). Muchos de ellos, seguramente, no pueden reflexionar sobre la muerte (fenecen sedados e inconscientes). Qué triste es presenciar este final, aunque cuan consolador, a pesar de todo, es ver al moribundo –en su cama– rodeado del amor de su familia y con la tranquilidad de una despedida y un final feliz de su propia existencia. Aspiro a ser uno de ellos.

Desde lo humano

El remedio, en parte, empieza por nosotros; por aquello que quiero llamar la “doble empatía”, es decir: ponernos en el lugar del otro para así facilitar que este, a su vez, se ponga en el nuestro. En efecto, muchos problemas tienen una solución de baja tecnología: una simple conversación. Muchas dificultades tienen, de forma paralela, una causa simple: la ausencia de esa conversación, del diálogo y la mirada compasiva que nos humaniza. Por ello, convoco a nuestros profesionales de la medicina a que sean médicos humanos.

Concluyo, trayendo a colación el Corpus Hipocraticum , en su escrito “Ser Médico”:

“En cuanto a su espíritu, el inteligente debe observar estos consejos: no sólo el ser callado, sino, además, muy ordenado en su vivir, pues eso tiene magníficos efectos en su reputación, y que su carácter sea el de una persona de bien, mostrándose serio y afectuoso con todos.”

Reitero en este artículo, mis felicitaciones a los egresados del programa de Medicina de Uniremington por su vocación y esfuerzo; por haber escogido y perseverar en una profesión que, como ninguna otra, demanda la excelencia técnica, la claridad ética y el compromiso humanista. Por ello, mi llamado es a que mantengan siempre un respeto por el pasado y el futuro en cada momento del presente.

Por:
Humberto Martínez Urrea
Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud de Uniremington – hmartinez@uniremington.edu.co


Imagen copipegada de: http://bit.ly/2GAscoh y https://bit.ly/2vOkEfT (Pixabay) / Enlace con técnica de acortamiento aplicado). Imagen seleccionada por el editor.

Glosa: se autoriza la reproducción total o parcial del artículo, siempre y cuando se haga la citación del periódico En-Torno de Uniremington, el texto original, el autor o los autores, así como la propiedad de las imágenes, para no incurrir en la violación de la normativa de propiedad intelectual y de derechos de autor.

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